Una, dos, tres, cuatro… y así hasta quince.
Quince fotos, del mismo paisaje.
Imposible parar.
Una montaña enorme de piedra oscura resalta envuelta en arena. En dulce arena. En dulce arena de ese color anaranjado que ya se ha convertido en parte de mí. Alrededor dunas de pequeña altura, comparándolas con la montaña, del mismo agradable color. Dunas que cada una es diferente a sus compañeras, pero todas modeladas por un único patrón.
Sigo observando.
Un agradable sonido se incorpora a la melodía del viento: Abdalah está haciendo delicioso té de menta.
Una, dos, tres, cuatro… y así hasta quince.
Quince fotos, que presumen en captar ese momento, de la misma forma que mis sentidos.
Lo intento. Me esfuerzo. Enfoco y encuadro.
Pero intuyo, que el resultado, no será suficiente. Ahora es real y auténtico… luego será recuerdo.
Una, dos, tres, cuatro… y así hasta quince.
Quince fotos, para poder inmortalizar, un paisaje al que adoro.
Lo adoro hasta el punto que, conociendo el cercano regreso a casa, aún teniéndolo frente a mí... ya empiezo a echar de menos.